domingo, 6 de marzo de 2011

Fahrenheit 451

El otro día, en un claustro, el coordinador TIC (que viene a ser el gran chamán de los ordenadores) nos sugirió que nos diéramos de alta en la página web de una editorial nueva que ofrece, de forma gratuita, la probatura de libros digitales para el aula. Nos habló de sus ventajas y, acto seguido, nos explicó que en Cataluña se ha bajado a los centros la partida presupuestaria destinada a libros para que necesariamente hayan de encargar libros digitales para los estudiantes. Las licencias vienen a costar unos treinta euros por grupo, mucho menos que el papel.

De pronto, imaginé una sociedad sin libros, donde los alumnos basen todo su aprendizaje en el contenido de sus portátiles. Se reduciría el peso de las mochilas, a menos de la mitad, y muchos arbolitos mantendrían su vida. Yo siempre fui un niño disperso. (Ahora soy un adulto algo disperso, también). Si se puede acceder a los manuales desde cualquier ordenador, se acabó el contratiempo de dejarte el libro en clase. Desde cualquier ordenador del mundo puedes ver tus actividades y preparar los exámenes, sin necesidad de tener a mano la mochila. Además, resulta más estimulante tener un libro interactivo, a lo Harry Potter, pues estos hacen parecer del cretácico a mis libros de Matemáticas, esos tan feos por los que algunos editores purgarían su tacañería visual… si el purgatorio siguiera existiendo.

Los adultos del hoy lo somos todo por los libros. Llego tarde a la era digital, me temo. Me gusta tocar el papel de lo que leo y pasar página resulta tan proverbial que me aturulla que el grosor de lo leído sea siempre lo mismo, no sentir que avanza en nuestra mano el temblor de cada capítulo. Mi profesión delata que me gustan los libros. A pesar de lo cual, ¿acaso no es la escuela el paso lógico que puede llevar a que estos formatos se impongan? Si los libros de texto en formato digital machacan a los de toda la vida, esos mismos estudiantes no comprarán las novelas de Ruiz Zafón o de Pérez Reverte en papel. ¿Para qué? Si el papel pesa y pasa (de moda). Y no te habla. Ni puede cambiarse el tamaño de las letras en función de si la escena leída es erótica o no.

Fahrenheit 451 habla de una sociedad en la que los libros pasan a estar prohibidos y se encarga a los bomberos que, en caso de encontrarse con alguno, le prendan fuego. Leer te hace plantearte la vida de otro modo y, por ende, te hace más infeliz. No hay infelicidad para quien no escoge. La facultad de poder elegir te hace desgraciado porque, en caso de escoger, en caso de equivocarte, te pones triste y te entran ganas de llorar. Y todas esas cosas. De hecho, muchas veces siento que privar a nuestros alumnos de la educación sería una deferencia repleta de magnificencia, de cara al futuro que les espera. Los haríamos borregos felices, apegados al brillo turbio de la tele, de la pantalla del móvil, de los portátiles y de cualquier otro dispositivo electrónico que se pueda concebir y manipular.

No sé qué pienso. Me da miedo este paso. Me aterra que se imponga el libro digital en las aulas. Será un avance y ya mismo lo veremos, pero no sé si me gusta. Más nos vale acostumbrarnos, pues tiene más ventajas que inconveniencias, pero no sé si me gusta. Solo se me ocurren detallitos en contra. En lo esencial reconozco que está bastante bien. ¡Qué sé yo! Mis recelos, como los de todos, se basan en una cuestión de melancolía y de miedo a envejecer. Supongo que todos, en el fondo, entendemos que los valores rectos son aquellos que se corresponden con nuestra infancia. ¡Y me parece tan lejana de pronto! ¡Me parecen tan lejanas aquellas aulas repletas de gomas de borrar y de sacapuntas! Sin pantallas de ordenador, ni cañones, ni pizarras digitales…