domingo, 19 de diciembre de 2010

Investigación forense

María Teresa es una profesora sagaz y completa. Aun en los tiempos que corren, los alumnos guardan silencio por su sola presencia. Sin embargo, María Teresa es comprensiva y cercana, cariñosa, incluso. Se preocupa por sus alumnos, los cuida, está atenta a las necesidades que todo grupo presenta para aportarles lo mejor de sí misma. La anorexia, los embarazos precoces, los casos de acoso... ¡El universo no guarda secretos para María Teresa! Observa la mirada cómplice de dos alumnos y sabe qué travesura han perpetrado. Podría, a decir verdad, calibrar el cuándo, el dónde y el por qué, sin interrogatorios. Lee la realidad como solo los grandes periodistas, de la talla de Javier Caraballo, saben hacerlo.
Toma la tiza, mientras una brizna de luz entra por la ventana proyectando su halo protector sobre la mejilla de una de sus alumnas. Un ojo morado. Se aproxima y la examina, sin llegar a invadir su espacio. “Pobrecilla”, se piensa. Haciendo memoria recuerda de pronto que un día, durante un examen, contempló a aquella misma chica con un corte muy profundo en el brazo derecho. Recuerda, rememora, que siempre carga la mochila en el mismo hombro. Su archivo mental se retrotrae y se da cuenta de que la adolescente que está frente a ella pertenece a una familia desestructurada: sus padres están separados, según se comentó en una junta de evaluación. De hecho, se rumoreaba que la madre de ella había rehecho su vida y que aquella chica no guardaba muy buena relación con el compañero sentimental de su madre.
Todas aquellas señales físicas... María Teresa, mientras explicaba, no pudo dejar de reflexionar sobre las evidencias. Aquella chica tenía un carácter fuerte y algo agresivo. A veces la había visto peleando en el patio, con otros compañeros. Incluso una vez, mientras hacía guardia de recreo, María Teresa pudo escuchar cómo su alumna relataba que había sufrido una paliza la tarde anterior. Mientras lo narraba se reía y por eso no dio mucho crédito a lo escuchado. ¡Era un mecanismo de defensa! Ahora todo encajaba y se lamentó no haber actuado con mayor celeridad.
El protocolo es claro. Primero hablaría con los padres de la joven. Si la custodia la tenía su madre, esta lo negaría todo. Le diría que su compañero sentimental tenía una buena relación con su hija y que todo iba correcto. En paralelo, el padre estaría más abierto al diálogo, pero también más carente de información. Lo único malo de estos casos es que no sabes si te dicen la verdad, si verdaderamente existe un problema, o si te están dando la razón con la finalidad de herir a su ex pareja. Es frecuente que el progenitor que no tiene la custodia te diga “que el comportamiento de la niña está mucho peor, puesto que su madre la ha puesto en contra de mí... y la ha hecho vivir en una continua frustración”. ¿De qué serviría escuchar todo aquello, una vez más? Habría de derivarla al Orientador del Centro y, desde él, a un psicólogo. Hay que evaluar el impacto emocional de la situación y dilucidar quién es la persona que le está infringiendo los malos tratos.
María Teresa estaba explicando integrales, pero estaba completamente distraída. ¡Hay que ser desalmado para pegarle a una niña! Aquella chica había tenido una infancia dificilísima y ni siquiera ahora la dejarían ser feliz. Asuntos Sociales ya no actuaría. Tenía ya diecisiete años y esos son demasiados: la mayoría de edad andaba cerca y ¿de qué serviría quitar la custodia pocos meses antes de los dieciocho? A pesar de lo cual, ¿acaso alguien que cumple los dieciocho tiene potestad real para emanciparse? ¿Con qué dinero? ¿Con qué ayudas? Quizá aquella chica estuviera viviendo un auténtico infierno y nadie pudiera ayudarla.
Tocó el timbre. Al terminar la clase, le pidió a su alumna que permaneciera en el aula. Ningún compañero se extrañó. No hubo reacciones de ningún tipo, aunque estuvo atenta para percibirla. Cuando todos se marcharon, tomó su mano con ternura y con ternura comenzó a relatarle todos los datos que tenía: el golpe del ojo, aquel corte, su tendencia a coger la mochila siempre con el mismo hombro, las peleas de los recreos, su agresividad manifiesta... Le contó cada detalle con mesura. Cada observación. Confiaba en que se abriera. Podía ayudarla.
Helena se rio.
-No, profesora... Creo que lo ha entendido todo mal. Soy cinturón negro de aikido. Una de las más jóvenes de toda Andalucía, por cierto. En mi deporte es inevitable llevarte alguna paliza de vez en cuándo. ¡Llevo los golpes con resignación, pero no quedan estéticos! Agradezco su interés... pero le pido que la próxima vez me pregunte antes de iniciar ninguna investigación forense.