domingo, 19 de diciembre de 2010

Harry Potter

Que me llamen oportunista no me importa. Alguien oportunista es aquel que aprovecha sus oportunidades, lo cual no puede ser tan malo y, menos aún, en los tiempos que corren. Sí es cierto que, desde hace años, quería escribir una columna sobre la saga de los Slytherin y de los Gryffindor y que la hago coincidir con el lanzamiento de la película correspondiente al último libro. Tan desventurada coincidencia se debe a mi mala memoria. He tenido que ver miles de carteles en todas partes para recordar que tenía un encargo que satisfacer. Y aquí me hallo. Para dar mi opinión, por si le sirve a alguien.

Cuando estábamos en los cursos más altos de Filología solíamos hacer análisis de Harry Potter en los cambios de clase. Nos hacían gracia datos tales como que Snape, apellido que viene a significar 'serpiente', el símbolo de su casa, tenía un nombre de pila latino (Severus) que coincidía a la perfección con su rasgo espiritual más sobresaliente. Nos gustaba ver cómo había símbolos bíblicos, ¿acaso Albus no es un trasunto de Dios?, cómo Cancerbero aparecía, junto a elementos celtas, cómo fusionaba la Rowling un universo, nunca mejor dicho, de mitologías. Siempre, por ello, coincidíamos en que era una saga con una pluralidad muy notable de lecturas. Eso era lo que nos gustaba: satisfacía muchos horizontes de expectativas. Un adolescente podía seguirlo encaprichado de los amores de Hermione y Ron, mientras que nosotros discutíamos memeces (por supuesto los amoríos siempre serán más importantes que cualquier étimo). La calidad de un texto, no pocas veces, deviene de la mirada de quien lo contempla. Y de sus prejuicios, a ello voy.

Harry Potter es una saga moderna, de excelente creación, un trabajo cuidado y ordenado, que crece con sus lectores, en un hito sin precedentes en la historia de la Literatura. De hecho, el último volumen de la saga es una novela adulta, madurada, de tempo lentísimo, en comparación con los anteriores, introspectiva, donde el personaje pasa más de medio libro reflexionando, preparándose para afrontar su propio destino, tratando de entender la muerte... Preocupaciones todas ellas mayúsculas y cuyas enseñanzas asociadas no le vendrían nada mal a más de un adulto, con los que me cruzo cada mañana. No es un libro para niños, por tanto, porque la autora es consciente de que, a esas alturas del pastel, sus polluelos son ya pollos. El mismo grosor del tocho lo acredita. Es una saga didáctica porque, de conseguir acabarla, has dado el paso y te has convertido en lector. Puede que no te ordenes mago ni bruja, pero sí lector.

Y hablando de “brujas”... Me encanta cómo la obra aborda el tema de la paridad, de la coeducación, del sexismo. Hay un mensaje muy didáctico detrás de todos sus enfoques, pero en especial sobre este. La proporción de magos-brujas es constante en todas las esferas de poder. Compiten juntos, trabajan juntos, y en ningún pasaje del libro se aclara una cuestión que los adolescentes asumen como natural, pero que no lo es tanto: las lideresas de la obra no lo son por una cuestión de cuota, sino de carisma. Harry es un hombre, pero Hermione demuestra más valía que él, casi siempre. No es menor la importancia de Minerva, que la de Severus. Además, se desposee a la palabra “bruja” de toda connotación peyorativa, presente desde siglos ha, y se la equipara a la de “mago”, donde por derecho ha de estar.

El respeto relativo a las normas, la valentía, el (a)precio de la ambición desmedida, la búsqueda del sentido último de nuestra vida, la importancia del estudio... Son muchos los temas que aborda Harry Potter con cierto éxito, todos los postulados transversales que deseemos tratar se encuentran ejemplificados. Por eso me da mucha lástima escuchar a algunos adultos, profesores de secundaria, despotricar contra estos libros, sin conocerlos, decir que no es literatura, sino un subproducto comercial. Sí, lo reconozco: yo soy fan. Y alguna que otra vez he recomendado en ciertos cursos de la ESO la lectura de Harry Potter. Y volvería a hacerlo, que conste, porque los cánones literarios evolucionan y me escandaliza mucho más que siga habiendo profesores carcas que mandan la Celestina en tercero de la ESO, que afrontar que a veces las modas tienen detrás una razón de ser que las ampara. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, me decía mi abuela.