domingo, 24 de diciembre de 2006

El espíritu de la Navidad

Si la Virgen María hubiera sido andaluza, de haber estado acudiendo a algún instituto de los nuestros, cuando quedó en cinta, estoy seguro de que la hubieran obligado a abortar. Hubiera pasado un par de semanas sin acudir al centro y después su tutor encontraría en su casillero una hoja de su madre (santa Ana), acreditando que la adolescente estuvo realmente en el hospital aquejada de apendicitis. Corolario: si la Virgen María hubiera abortado, jamás sería Navidad y en todas partes del mundo sería Zaragoza. Sí, ya saben, allí la han prohibido porque los fastos religiosos pueden herir la sensibilidad de todos los que no profesan la fe católica. No solo allí, también en nuestra tierra devienen estas pesquisas: escuché el otro día en la COPE que a un profesor de un pueblo de Málaga le han tirado a la basura sus figuras del Belén porque estos tinglados no son aptos para todos los públicos. Una confesión desde mis entrañas: he repudiado tanto esas películas en las que un duende malo secuestra el espíritu de la Navidad que al final me voy a tener que comer mis propias palabras cuando terminen por llegar a ser proféticas. Entre todos, vamos a lograr que el año menos pensado la Virgen aborte.
Una leyenda urbana reza que la bondad de los cursos es inversamente proporcional al número de tarjetas navideñas que sus alumnos son obligados a confeccionar en estas fechas. Si son malos, todos los profesores los atosigamos a todas horas con más y más dibujitos que colorear. Seamos francos: a estas alturas ya nada puede hacerse para motivar a estos chicos porque todos están más pendientes de la carta a Sus Majestades que de nuestras lecciones. Nuestros alumnos son prosaicos hasta el tuétano, pero cuando se trata de conquistar regalos, sí hacen acopio de fe, sí son capaces de pedir perdón y hasta de incoarnos permisos para acudir al baño. Las buenas notas implican regalos y eso los lleva a creer en los Reyes y a pedirnos un último milagro (navideño) en referencia a las notas que se les echan encima. Ese es el espíritu de la Navidad: el de la urgencia por mejorar las calificaciones a cualquier precio para conquistar regalos de precio alto. A continuación detallo a cuánto está el cambio de nota en mi pueblo: la ausencia de cates se paga con una moto. Creo que por un vehículo de esos de cuatro ruedas (los quads) se les está exigiendo un notable, así que espero que ninguno de nuestros alumnos saque sobresaliente en todas las materias porque, de ser así, no habrá espacio en toda la calle para aparcar las limusinas. La ambición de los padres merma con los años y al final a eso se reduce todo: la Navidad demuestra la descomposición de las familias, el materialismo que lo embarga todo. Dista un huevo (de Pascua) el conocimiento que nuestros alumnos poseen de nuestras tradiciones: ni nacimientos, ni árboles, ni historias. Solo regalos. ¿Saben cuántos ponen un Belén en su casa? ¿Y un árbol de Navidad? Empecemos más abajo: ¿se imaginan cuántas familias pasarán desunidas estas fiestas? ¿Se imaginan cuántas familias no son familias? Me consta que hay varios chicos de mi tutoría se comerán las uvas en casas diferentes de las de sus hermanos. Algo se muere; algo va mal.
Cuando la Directora me lo dijo, yo le noté cuarto y mitad de nostalgia en su mirada rubia. Ahí va la frase: “muchos solo aquí tendrán la oportunidad de vivir las fiestas. Muchos no saben lo que es un regalo, lo que es un Belén. Lo montamos aquí porque quizá esto sea lo más parecido en toda su vida que tengan a vivir en familia estos ritos”. Padres narcotraficantes, madres maltratadas, familias de inmigrantes que tendrán que trabajar, que no conocen nuestras costumbres, para los que el gorro de Papá Noel supone una marca de opresión y jamás un consuelo, ni un regalo, ni una caricia. Muchas familias están rotas y en estos días más que nunca se nota dicha descomposición social. Se ríen muchos alumnos cuando les preguntamos por sus abuelos, porque no los sienten una parte de sus vidas. ¿Familia? Duele saber que tal vez la única palmada que reciban muchos será nuestra, que la nuestra será la única felicitación sentida que alguno se lleve consigo a la discoteca de turno. Y no. Yo me resisto, aunque sé que es complicado. No me dejo vencer sin intentarlo. Me muero de ganas de decirle a todos que les deseo una Feliz Navidad, que confío en que tengan un buen año nuevo. No obstante, mis propias palabras tras ser dichas me recuerdan demasiado a un anuncio de cava, a palabras repletas de oquedad, que no sacian ni ensucian la sed, que no dicen nada. En sus miradas, en los rostros ausentes de sus padres al recoger las notas, descubriré tal vez que mis palabras resuenan huecas, romas, oxidadas de tanto opio y de tanto tópico, porque ya nadie cree en todo esto, porque ya casi nadie se alegra realmente de tener una familia si esta no es capaz de comprar regalos caros.

Prof. Cuyami

Sobre los profesores de Religión

Si Cervantes viviera, estoy seguro de que sería profesor de Historia. Siguiendo el mismo proceso deductivo, también creo que se dedicaría en sus clases única y exclusivamente a contar la batalla de Lepanto, una vez y otra. De todas formas, si Cervantes viviera, muchas otras cosas cambiarían: recuperaría la movilidad de su yerta mano con tratamientos láser y, si tuviera que escribir el Quijote otra vez, con su ordenador portátil en el departamento de su instituto, estoy seguro de que elegiría a un profesor de Religión para ilustrar con él los enfrentamientos que siempre surgen entre el idealismo y el pragmatismo.
Si don Quijote viviera, estoy seguro de que se parecería a Mónica, la profesora de Religión de mi Centro. Ella hace su trabajo a pesar de que los enemigos acechan en todos los despachos, planeando su aniquilación (pero son visiones suyas: no son gigantes, son molinos; no son demagogos, son políticos). Primero le prendieron fuego a sus departamentos (que ya no existen), luego comenzaron a despedirlos en junio para re-contratarlos en septiembre, ahorrándose así unas cuantas monedas y causándoles innumerables problemas, también la antigüedad de sus servicios deja de suponer un aumento de sueldo, tampoco son tratados del mismo modo por el resto de compañeros del claustro: reciben peores horarios, trabajan en ocasiones en más de un centro... La Religión no cuenta ya para la nota media y, de hecho, la alternativa no se evalúa, tampoco. La opción de los alumnos es escoger entre dos horas libres o dos horas dando clases. Entre hacer algo y no hacer nada, está clara la preferencia de nuestros pupilos. Así les va: Mónica tiene que explicar a sabiendas de que todos los chicos ansían perder la hora, ser “alternativos”: estar en el patio o estudiar para otras materias.
Si don Quijote viviera, seguro que se parecería a Mónica y estoy seguro también de que él sí sería capaz de ver personas en lugar de alumnos. Sin tapujos y sin melindres: a pesar de que sigue siendo elegida por muchísimos padres, los altos cargos ya han decidido eliminar la Asignatura. Probablemente la pondrán por las tardes, o a última hora, relegándola a una hora semanal. Después, cuando la mayoría de los quijotes se hayan quedado sin alumnos, sin horas y, por supuesto, también sin trabajo, asestarán el golpe de gracia (¿qué más da unas cuántas personas en el paro? ¿No dijo Cristo que no solo de pan vive el hombre?). Titularán los periódicos “progresistas”: “el final de dos mil años de mentiras” o “golpe de muerte al Antiguo Régimen” y muchos se lo creerán, pensarán realmente que la asignatura de Religión era un problema porque Mónica ponía a sus alumnos a rezar cantigas satánicas. No, no van por ahí sus clases: en la actualidad es más fácil que te echen del gremio por poner a un alumno a rezar que por pegarle un bofetón; así que ella simplemente intenta enseñarles un poco de humanidad, valores universales y algo de cultura para que no sean llamados catetos las pocas veces que les toque entrar en una iglesia para asistir a una boda o para enterrar a un familiar.
No prejubilan a los quijotes del aula, ni les aplican la reducción horaria por cumplir los cincuenta y cinco años. Les juntan grupos buenos con grupos malos, para tener que pagarles menos horas de clase, mientras los cargos directivos sí se agencian pequeñas facciones de “alternativa”, con las que hinchar sus horarios. Chollo al canto: los seis o siete que no van a ciertos grupos de Religión se quedan en el despacho de turno ayudando a ordenar alfabéticamente tacos de partes disciplinarios (mano de obra barata e infantil, como en la Revolución Industrial). Y, mientras tanto, a Mónica le toca poner la otra mejilla porque la Iglesia, que es quien los nombra, no los defiende, porque cada ley nueva los estruja un poquito más, para sacarles todo el jugo, porque han caducado y solo les resta ya que alguien abra la puerta de la nevera y que los arroje al cubo de la basura.
Y también mientras tanto, ajena a todo esto, Mónica habla de amor y no denuncia a nadie ni golpea la mesa con fuerza, porque ella sí cree en lo que explica. Y como no lo crea, chungo, porque ella es el único profesor al que se le exige coherencia: porque sin fe nadie sería capaz de soportar su infierno, porque un profesor de Lengua puede cometer faltas en la intimidad, pero el castigo para un quijote que peca, es mucho más severo. Mientras tanto, los alumnos se pegan, se escupen, consumen drogas y me amenazan a mí con reventarme las llantas del coche por haberles suspendido un examen. No: nuestros alumnos han de ser buenos por naturaleza y no necesitan esa patraña de la fe. Ya conocemos la receta: una dosis de “educación para la ciudadanía” y todas las conciencias estarán sanas. ¿La mía también? Espero olvidarme pronto de esa frase de Napoleón tan drástica por la que “por cada sacerdote que eliminemos, necesitaremos poner diez nuevos policías”.

Prof. Cuyami

Amor adolescente

No recuerdo cuándo perdí la capacidad para mirar así. Gracias a hacerme mayor he obtenido un buen puñado de mis sueños: ahora soy profesor, escribo en un periódico y de vez en cuando me da por sentirme orgulloso de poder conducir, de que nadie me mire raro si voy al cine a ver una película no apta para menores, de que me traten de usted en los bancos cuando se enteran de que soy funcionario… Pese a todo, otras veces siento que al crecer no todo vale la pena: los veo mirarse así y me da por preguntarme cómo se hacía, cómo es posible poner tanta cara de idiota, tan solo por sentirte y sentarte cerca de otra persona. Verdaderamente, ellos cuando se dicen eso de “te quiero más de lo que he querido a nadie”, lo echan todo afuera, sin comparaciones y sin historias pretéritas. Supongo que ellos aman con todas sus ganas porque todo lo viven por vez primera, porque no se han desgastado aún y por tanto tienen intactas todas sus fuerzas.
Una de las cosas que más me gusta de trabajar en un instituto es poder ver a dos alumnos que verdaderamente se aman. Tal vez me llamen esta semana pederasta en los foros de Internet de padres, pero no me importa en absoluto: aunque no se les dé nada bien estudiar, aunque cometan doscientas faltas de ortografía en cada notita, cuando confisco alguna carta de amor, de esas que se intercalan en clase, recuerdo que el ser humano es bueno por naturaleza, recobro la fe en el mundo y se me renueva la pasión necesaria para afirmar que todo el mundo tiene algo bueno dentro y que este algo siempre se manifiesta en nuestra mirada cuando nos enamoramos.
Conozco a “grandes estudiantes” que han suspendido todas las asignaturas de un trimestre por haberse enamorado. Un alumno me lo dijo el otro día de la forma más clara posible: “maestro, no soy capaz de concentrarme porque me he enamorado” y juro solemnemente sobre la tumba de Romeo y Julieta que en ese instante no supe si darle un bofetón o un abrazo. Es cierto: todos viven en el centro sus primeros amores y casi siempre la chica del asiento de su lado es la enamorada para ellos y el macarra mayor del pasillo de enfrente el amante de ellas. Cierto es que ellas los prefieren mayores, que muchas suspiran frente a algunos profesores o pensando en alumnos de cursos superiores y que ellos tienen una mentalidad más aniñada, que los hace, en general, desechar a las alumnas de otros cursos. Sin embargo, a pesar de que los relojes biológicos sean tan distintos y de que eso complique tanto que surjan parejas dentro de una misma clase, cuando eso sucede, admito que el universo entero se resetea y que todos empatizamos con el rocío, con las azucenas, con las horquillas del pelo o con las puestas de sol. En suma, el amor se contagia y todos revivimos en ellos esa etapa de nuestras vidas en que fuimos capaces de amar sin miedo.
Tal vez enamorarse sea lo peor que puede hacer un alumno que pretende sacar adelante el curso y también es probable que el amor sea una de las mayores causas de suspenso que existen, pero no siempre acarrea efectos tan nocivos. También he visto el caso contrario: vi a chicas preparar con toda su rabia un examen porque les gustaba el profesor y también supe de alumnos que repasaron francés hasta las tres de la mañana con tal de estar con la chica de sus sueños, tras haberles confesado su inutilidad de forma manifiestamente exagerada. El amor los hace fracasar, pero también es en ocasiones el motor último para algunas reacciones agónicas al final de un curso: “si apruebas todas las asignaturas mi padre dice que podrás venirte con nosotros en vacaciones”. “Fiat lux”: ellas lo dicen, y se obra el milagro.
Existen otro tipo de notitas, aquellas que hablan de sexo y que no transmiten ningún tipo de sentimiento alguno más allá de los ardores corporales. Esas misivas no me interesan, pero tampoco me escandalizan, pues son habituales. No me escandaliza que un alumno confiese en una hoja de papel lo que desea experimentar con la vecina de pasillo. No me escandaliza, pero tampoco me interesa. A esas edades todos tienen esos instintos, aunque sean pocos los que lo llevan al papel. Lejos de parecerme soeces, los que escriben esas ofertas al menos evidencian ser sinceros y no tanto impúdicos (pues impúdicos lo son casi todos; al menos los que lo escriben demuestran ser valientes). De todas formas, descarto en esta reflexión ese tipo de cartas, las subidas de tono, porque estoy hablando de amor y los adolescentes que se enamoran no hablan de sexo. Al fin y al cabo, no nos engañemos, a pesar de que supuestamente el romanticismo no esté de moda, la adolescencia sigue siendo de por sí, aún ahora, una etapa de la vida manifiestamente cursi.

Prof. Cuyami

Reuniones con padres

Me santiguaría de no ser porque la enseñanza pública ha de ser laica y “sobre todo” muy discreta. En secreto un funcionario puede adorar al dios de las gominolas, ser espía ruso o escribir para EL MUNDO con tal de que no se note. En esas estoy, de camino a mi clase y apuntalando mis sendas con discreción, porque hoy he citado a un buen puñado de padres para la primera reunión del curso y, aunque no tengo ni la más remota idea de si vendrán o no, se supone que yo soy el profesional de esto y que por tanto no debo llegar tarde a pesar de la lluvia. Llueve y eso significa que muchos no vendrán. Cualquier pretexto es válido para separar a ciertos individuos del sino de sus hijos. Pese a todo, nuestro sínodo sí ha de continuar con padres o sin ellos ¿De qué se habla en una reunión de padres? ¿Para qué me he tomado la molestia de quedarme sin siesta? Para que sirva de guía para los individuos primerizos en estas lidias, me he tomado la intensa libertad de confeccionar un subjetivo decálogo que no pretende ser exhaustivo, pero al menos sí sincero, con diez axiomas básicos que reflejan lo que sucede en una reunión de padres. Espero que disculpen mi falta de decoro.
UNO: a las reuniones de padres siempre vienen los padres de los alumnos modélicos. Por el contrario, los padres de los chicos conflictivos supuran sus dudas en entrevistas privadas, porque les da vergüenza que el resto de padres del pueblo se entere de sus miserias. DOS: el objetivo es siempre que los padres se involucren y que, por ende, procedan a imponer más disciplina sobre sus hijos. Desgraciadamente, como los padres de los alumnos que necesitan reproches no vienen, al final las reprimendas caen en saco roto (el mismo saco en el que previamente los alumnos han “dado por”). TRES: los tutores siempre nos esforzamos por no pillarnos los dedos y por eso las afirmaciones se mitigan todas con un preciado “algunos alumnos”. Desafortunadamente, los padres siempre sienten que sus niños del alma están exentos de dicho cómputo: nadie se da por aludido casi nunca de nada. CUATRO: en todos los centros las limpiadoras hacen horas extra antes de dichas sesiones. Ofrezco un experimento: ¿qué pasaría si los padres vieran cómo quedan las aulas después de una mañana entera con sus hijos dentro? Seguro que más de uno se llevaría unos cuantos azotes… y no lo digo ni por las limpiadoras ni por los profesores. CINCO: todo el mundo sabe que en el argot de los padres la expresión “nos iremos viendo a lo largo del curso” significa un adiós irreversible. El padre que verdaderamente piensa ir a verte te pregunta antes seis o siete veces qué huecos tienes en tu horario. Afortunadamente, los que tienen interés son los menos. Sí, he dicho “afortunadamente”, ¿pasa algo? Es que a esos al final llegas a tenerlos hasta en la sopa (al final descubren hasta los restaurantes que frecuentas) y eso supone un grave incordio. Afortunadamente, los padres del “nos iremos viendo” se disipan como lágrimas en la lluvia. SEIS: no sé por qué motivo las madres siempre se sientan delante y los padres tienden a apartarse un poco más. Hagan la prueba, compruébenlo: no solo es sistemático que las mujeres se sienten mucho más interesadas, por lo general, por la vida académica de sus hijos, sino que además la siguen más de cerca, en todos los sentidos. Las madres ganan de goleada: vienen en mayor número y se sientan más cerca. Nótese también que, en mi caso, la mayoría de los asistentes a la reunión son asistentas (en ambos juegos de la palabra, porque el nivel socioeconómico del pueblo es bastante bajo y muchas madres limpian casas). SIETE: por lo general, los padres que guardan silencio evidencian ser más inteligentes que los que hablan. Por alguna razón que desconozco, en las reuniones de padres está prohibido terminantemente hacer preguntas que no sean estúpidas. Cuando tenga un par de tardes libres, escribiré una enciclopedia con una selección de las más tontas: ¿podría notificarme todos los días cómo va mi hijo? [Respuesta: podría, pero necesito dormir siete horas al día] ¿Puede darme su número de móvil para preguntarle cómo va Valentín? [Respuesta: sí puedo, pero no quiero]. ¿Puede decirme si mi hijo va a aprobar el curso? [Respuesta: se lo diré si adivina usted antes el número del cuponazo del viernes]. ¿Sabe usted quién es el niño que le rompe el bote de zumo a Mi Lucerito? [Respuesta: se debe a una conspiración judeomasónica]. OCHO: en las reuniones con padres, se demuestra que todos los alumnos “podrían dar mucho más de sí mismos, pero que trabajan menos de lo que deberían”. Esa greguería es fantástica para dejar contentas a todas las madres. También vale si te preguntan por algún alumno al que no conoces bien. En efecto, está feo decirle a una madre que su hijo está alelado y por eso todos los tutores usamos la frase comodín. NUEVE: pues eso, que está feo decirle a una madre que su hijo está alelado y que por eso en las reuniones se transmite siempre la idea de que todo va a mejorar y de que lo hará gracias a la reunión que se está teniendo porque, y como dice la regla DIEZ de este decálogo, ningún tutor se atreve a reconocer en público que las reuniones colectivas con los padres ni arreglan nada, ni cambian algo.

Prof. Cuyami

El ascensor social

Ya me la imagino. Estaremos en la puerta del mercado y la señora tendrá un bolsón enorme. Enfurruñada, me dirigirá la palabra: “pensé que eras un buen chico, educado, que solo tratabas temas relacionados con la educación y que jamás te metías en política. Me has decepcionado, Cuyami. Yo te leía cada semana, pero ya voy a dejar de hacerlo porque tu columna de la semana pasada se pasó de la raya”. Confuso, amodorrado por el madrugón, y un tanto perplejo, la miraré y le pediré disculpas: “señora, creí que debía hacerlo. La política está presente en todo y también en la educación. Aquella columna la escribí porque lo consideraba importante, pero quiero que le quede claro que nada ni nadie me pidió que la escribiera. De hecho, yo siempre he pensado que las ideologías están denostadas, que en esta España de hoy se debe votar a alguien que nos ofrezca credibilidad, sean cuales sean las siglas de su partido. Se vota contra una gestión, pero no a una ideología… Eso creía yo, hasta que entré a dar clases en el instituto”.
Si se porta bien, si no me pega con el bolso, si acepta seguir comprando EL MUNDO y leyendo mis columnas, le explicaré el por qué de mi cambio de actitud. Le escuché una vez decir a un profesor que cuando comienzas a dar clases tu posicionamiento político necesariamente se recrudece hacia la derecha. Si eres anarquista, pasas al socialismo. Si eres socialista, te revistes de centro. Si previamente eras ya de centro acabas en planteamientos de derechas y si eras de derechas, acabas apuntándote a alguna banda de cabezas rapadas (no planteo el caso de qué pasaría si alguien de extrema derecha saca las oposiciones, porque ningún tribunal andaluz permitiría eso). Se echa tanto de menos la disciplina en el aula, es tan evidente el fracaso de los postulados de izquierdas, que es imposible no plantearse la verdadera raíz de la LOGSE, que es la madre del cordero y también la madre de la actual legislación. Se supone que el postulado base de su concepción es que cualquier persona debe tener derecho a la misma educación, que era necesario abrir el sistema a todo el mundo para posibilitar con ello la plena integración social. Por el contrario, la “estandarización” del alumnado ha repercutido en nuestros alumnos de forma negativa: se nos pide que los tratemos a todos por igual y esta paulatina igualación se realiza a costa del nivel académico. Como todos los alumnos han de entrar en el mismo saco y en la misma aula, se destruyen las capacidades de los alumnos más dotados. Dado que el sistema ha de ponerse al nivel del más tonto, los más listos no consiguen aprender lo que necesitan. Dicho de otro modo: la demagógica democratización del sistema socialista provoca un sistema en el que los alumnos de clases desfavorecidas no reciben la formación necesaria para “salir de pobres”. Los alumnos brillantes, se aburren en el sistema público porque el listón lo ponen los torpes, porque todos han de estar integrados.
Junto a mi instituto existe una parada donde toman su autobús escolar los niños de padres influyentes. Al no existir un centro privado en el pueblo, esos chicos van a la capital a realizar sus estudios. Allí veo cada mañana al hijo del alcalde (socialista, por supuesto), al hijo del concejal de urbanismo (socialista, cómo no) y cuando no los lleva el chofer, también a los vástagos del terrateniente autóctono (de raigambre socialista, por descontado). Estadística a vuelapluma: los hijos de socialistas adinerados van a centros privados, generalmente colegios católicos, y los hijos del pueblo van a un instituto público donde ni de lejos podemos conseguir que su nivel académico se aproxime al de los ricos. La conclusión es un poco fuerte, pero si no la aplico, reviento: darle a todos las mismas oportunidades tiene como resultado que las elites del pueblo seguirán ostentando ese rango unas cuantas generaciones más. No hay revolución social ni cambio posible: antes los hijos del campo si tenían fuerzas y ambición podían llegar lejos. Ahora, no. Las aulas públicas recogen a toda la morralla social, a todos los desechos y derechos del sistema y por este motivo los niveles se quedan más abajo del suelo, más próximos a los surcos que trazan la hoz y el martillo sobre los campos de papas y de papás. No podemos competir con los centros privados gracias a esta paulatina democratización y por tanto, “en los campos de mi Andalucía”, como dijera el villancico, los pastores seguirán siendo siempre los mismos y los caciques, también.

Prof. Cuyami